En el transcurso de esta generación, el mantenimiento del orden público se ha convertido en una profesión que evoluciona y se desarrolla con rapidez. El policía de hoy, posee una serie de conocimientos especializados y cuenta, además, con el apoyo técnico del laboratorio forense. Supondríamos que con todo esto continuarán los progresos en todos los frentes de la lucha contra el crimen. Sin embargo, a pesar de nuestro interés y preocupación por lo nuevo y lo novedoso, siempre debemos recordar que la policía tiene que tratar con la gente, seres humanos cuyos actos y motivos, a veces, no se pueden predecir ni someter a una regla mecánica. Siempre habrá que recurrir a la ayuda del ciudadano informante. El policía deberá de trabajar en el firme interrogatorio de veintenas e incluso centenares de personas, antes de llegar a la pista que anda buscando.
El testigo o informante ha sido un constante tema de controversia y de las más encontradas reacciones emocionales. El papel del informador en la tarea de garantizar la seguridad del ciudadano respetuoso de la ley no se suele comprender, ni siquiera tomar en consideración por el público en general. Desde los albores de nuestra historia, la ley y el orden han tenido que depender, en mayor o menor grado, del informador. Y aunque en el mejor de los casos que se investiga, confiamos en la eficacia de las nuevas técnicas científicas, éstas sólo relegan brevemente al informante o testigo, pero jamás eliminarán la necesidad de recurrir a ellos.
Algunos se han mostrado demasiado estrechos de criterio en cuanto a su parcialidad, demasiado prestos a rechazar al informador como un recurso, en aplicación a las técnicas modernas. Pero en la tarea de hacer cumplir la ley, se necesita usar ambos métodos hasta el máximo posible.
El mote “CHOTA” tiene un significado despectivo en cuanto al informador o testigo. En el bajo mundo se le considera la inmundicia que se arrastra debajo de las piedras. Es la criatura más detestada, puesto que constituye la mayor amenaza para los delincuentes. Es el talón de Aquiles del ladrón solitario y de la pequeña banda o la poderosa organización criminal. Esperaríamos que esto hiciera pensar más a la ciudadanía antes de compartir el desprecio que el bajo mundo siente por el informador. Pero no es así, esto forma parte de un curioso fenómeno que se debe, al menos en parte, al hecho de que no somos muchos los que tenemos la conciencia limpia. Con demasiada frecuencia simpatizamos con el hampa, en vez de hacerlo con la ley.
El público suele ver en el informador a un Judas Iscariote que arrojando las treinta monedas de plata, va y se horca con el cinturón. Ahora bien, el fin que se persigue con el mantenimiento del orden público y la tranquilidad doméstica que vive Juan del Pueblo, se le debe al informador como un importante factor en la salvaguarda de su vida, su persona y la pacífica posesión de sus bienes, aunque le sorprenda, se escandalice o no lo crea.
Desde nuestra más tierna infancia se nos inculca un sano aborrecimiento por los acusones. Amonestamos a nuestros hijos cuando vienen con quejas, pero si a Pepito, harto de las atenciones que se le dedican a su hermanita pequeña, se le ocurriera puyarle a ésta con una tijera, nos parecería monstruoso que alguno de nuestros retoños, no superara esa adoctrinación mafiosa, y nos viniera con el cuento.
Si reflexionamos con calma, tenemos que admitir que todo ciudadano tiene el derecho y el deber de informar a su gobierno de las violaciones que se cometen contra sus leyes.
¿No invalida el término “CHOTA” cuando el ciudadano se muestre dispuesto a aceptarlo cuando el peligro amenaza su propia persona, su propiedad o sus seres queridos?
¿No creen ustedes que se aplica erróneamente en quien da aviso de un asesinato o en quien desea preservar la integridad de su profesión u oficio?
Al parecer, hemos desarrollado una moral pública que condena – en vez de alabar – a todo ciudadano que procura hacer cumplir esas leyes que nosotros, como miembros de una sociedad libre, hemos creado para regirnos.
Deseamos que las leyes se cumplan y, al efecto, reclutamos policías, para garantizarlo. Luego, al negarnos a cooperar con ellos e incluso al discriminar socialmente a quienes estarían dispuestos a hacerlo, dificultamos y hasta impedimos que estos hombres y mujeres nos sirvan con eficacia. Nosotros estamos dispuestos a luchar contra nuestros enemigos, pero se niegan a señalarlos.
Acuda con su información con razonable prontitud, permítanos resolver el problema para que los asesinos y criminales no conserven su poder.
A todos nos corresponde aportar los medios para fortalecer nuestra sociedad y asegurar el bienestar colectivo. ¡Ojalá podamos!
- CIUDADANO LLAME -
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Recurso: El Informador en la Investigacion Policiaca, Malachi L. Harney, John C. Cross, Editorial Limusa 1983.